Palabra de Dios Para el día 13 de agosto, alaben a Dios, el Señor, porque él es superior a todos los demás dioses.

Ezequiel 1, 2 – 5, 24 – 28

Cuando eso sucedió, hacía cinco años que el rey Joaquín estaba preso. Allí en Babilonia, a la orilla del río Quebar, oí al Señor hablar conmigo y sentí su poder. Miré y vi una tempestad que venía del Norte. Los rayos salían de una nube enorme. Alrededor de la nube, el cielo estaba en fuego, y en medio del fuego había una cosa que brillaba como bronce. En medio de la tempestad, vi lo que me parecían cuatro animales. Su forma era de gente, oí el ruido de sus alas cuando volaban. Era como el rugido del mar, como el ruido de un gran ejército, como la voz del Dios Todopoderoso. Cuando dejaban de volar, bajaban las alas, pero aún se oía un sonido que venía de arriba de la cubierta que estaba sobre sus cabezas. Encima de la cubierta curva había algo parecido a un trono hecho de zafiro. En él, estaba sentado alguien que parecía un hombre y que brillaba como si fuera bronce en medio del fuego. Todo él brillaba con el mismo brillo de fuego. Y su luz tenía todos los colores del arco iris en las nubes. Esta era la luz brillante que muestra la presencia de la gloria de Jehová.

 

Salmos 148, 2, 11 – 14

¡Alaben al SEÑOR, a todos sus ángeles, a todos sus ejércitos celestiales! ¡Alaben al Señor, reyes y todos los pueblos, gobernantes y todas las demás autoridades! ¡Alaben al SEÑOR, muchachos y muchachas, viejos y niños! ¡Que todos alaben a Dios, el Señor, porque él es superior a todos los demás dioses! Su gloria está por encima de la tierra y del cielo. Él hizo que su nación se hiciera cada vez más fuerte, y por eso lo alaban todos sus siervos fieles, el pueblo de Israel, a quien él tanto ama. Aleluya!

 

Mateo 17, 22 – 27

Un día los discípulos se estaban reuniendo en Galilea, y Jesús les dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres, y ellos lo matarán; pero tres días después será resucitado. Y los discípulos quedaron muy tristes. Cuando Jesús y los discípulos llegaron a la ciudad de Cafarnaum, los cobradores del impuesto del Templo le preguntaron a Pedro: ¿El maestro de ustedes no paga el impuesto del Templo? ¡Paga, sí! Respondió Pedro. Después Pedro entró en casa, pero antes de que hablara algo, Jesús dijo: Simón, ¿qué crees? ¿Quién paga impuestos y tasas a los reyes de este mundo? ¿Son los ciudadanos del país o son los extranjeros? ¡Son los extranjeros! Respondió Pedro. ¡Muy bien! Dijo Jesús. Esto quiere decir que los ciudadanos no tienen que pagar. Pero nosotros no queremos ofender a esa gente. Por eso vaya hasta el lago, juegue el anzuelo y tire del primer pez que usted se pegue. En la boca de él encontrarás una moneda. Entonces ve y paga con ella mi impuesto y el tuyo.

A nuestro Dios Todopoderoso al Vitorioso Señor Jesús y al maravilloso Espíritu Santo de Dios, sean dadas todo honor, gloria, y alabanzas, ayer, hoy, y para siempre. Amén, y gracias a Dios.

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